Colegio Oficial de Ingenieros Navales y Oceánicos

Diario de Bitácora del Pros, La jornada antes de cruzar el cabo.

Etapa Río de Janeiro-Piriápolis

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17 DE ENERO DE 2020

Vidas escoradas a merced de la tempestad. Dicen en Occidente, que dicen en Oriente que cuando sopla el tifón más vale ser bambú que pino. Que gana más quien se adapta a las condiciones adversas y saca de ello lo bueno que pueda haber que aquellos que se mantienen firmes frente al viento no modificando un ápice su postura. La mar impone su ley. Si por proa está tu destino al tiempo que un viento feroz, tienes dos opciones: ceñir contra el viento o poner máquinas. Ceñir supone trabajo y tripulación dispuesta y preparada. Motor supone… Bueno, supone dar tralla a la máquina y gastar dinero del armador. Son dilemas que una racha de viento a 40 nudos (74,40 km /h) se encarga de resolver. Una vela se raja de arriba abajo. Ahora solo llevas la mesana. Echándole lo que hay que echarle, arrancas motor y a 1150 rpm para que empuje, pero no sufra, te aprestas a vivir capeando el temporal. El tercero en menos de 24 horas. Los temporales molan cuando, después de vividos, los 2 recuerdas. Esos nervios, esa tensión, ese miedo…Pero no molan nada cuando estás metido en ellos. No comes casi nada y bebes poco con tal de no ir al aseo. Porque ir al aseo es como el viaje de Ulises: una odisea. Si abres un grifo, para empezar, el chorro de agua se inclina a sotavento. Luego, sigue un bonito baile según el barco salta olas, de modo que el agua describe inverosímiles figuras en su caída. Pues imagine quien esto lea, lo que sucede luego de que –con muchas muestras de habilidad circense–, consigues bajarte el trampique. Los elementos mandan y te adaptas a la escora. Tu cuerpo trabaja de modo serio. El esfuerzo de mantenerse en pie es bastante para dejarte hecho unos zorros. Cuando no estás de guardia mirando como un bobo la pantalla del Raymarine (comprobando con resignación que avanzas a 1,8 nudos al tiempo que pierdes terreno a costa); cuando no estás de guardia, decía, luchas por pillar una cama a sotavento. Y si no hay tal, el sofá de sotavento del camarote central. Y hay carreras porque el centimetro cuadrado de sotavento está más cotizado que el metro cuadrado de la calle de Serrano de Madrid. Al cambio de guardia, cuando sube a cubierta el siguiente par de galeotes, se produce un efecto mágico descrito por el ilustre navegante y escritor argentino que responde al nombre de “Hormiga negra”. Los que entran, una vez que la guardia saliente está en las escaleras del tambucho, recuerdan que se han dejado algo abajo o que les apetecen unas galletas que, mira por donde, están en la cocina. Y dicen: Vos que estás ahí… ¿Me podrías etc, etc, etc?

 

Y ahí se ve la grandeza de los hombres. Los equipos de personas excelentes no dudan en subirle aquello que el amnésico circunstancial pide. Hoy por vos, mañana por mí. 

 

La tarde va cayendo y la tormenta arrecia. El barco parece que vuela pero sólo saca 2 nuditos. Vamos camino de Punta del Este, famoso balneario y chiringo muy amado por los argentinos. Estamos en el verano austral pero hace frio. Con reparo bajas al camarote a buscar ropa de abrigo. Te vas dando con todo. Recibes más golpes que cuando jugabas (mal) al fútbol en el patio del colegio. Al pasar frente a la puerta del váter te dices: Ya que estoy aquí, podría…

 

Eso, podrías, pero la perspectiva de ir a por lana y salir trasquilado, te frena. El caso es que si me pongo los leotardos luego va a ser peor, piensa el afectado. En fin, entra lleno de malos presagios. Se aplica a la tarea y en efecto: se pondrá el leotardo sobre un calzoncillo nuevo pues el otro ha quedado para la colada.

El tripulante, luego de lavarse las manos, porque es de los higiénicos, procede con la ropa como puede. Luego, se va a la cocina a darse un lingotazo de leche y pillar unos picos sevillanos de “Andrés” de Marchena (bendito sea) pues no ha comido casi nada en todo el día. Bien abrigadito con sus leotardos y el sistema cebolla (sweater+jerseicillo de algodón+ese jersey de lana que tanto odia su mujer porque con él dice que parece un homeless) más aquellos guantes de polartec tan buenos, sube a la vorágine. Se sienta y el mar le obsequia con un doble roción que estalla en y sobre la capota-caseta-bimini brincando el barco con estrépito. Y se dice:

 

¡Joder! ¡Cómo me gusta navegar!

 

Pero eso fue ayer. Ahora mismo, el mar tontea con el barco dándole un vaivén que le cabrea.

Con Punta del Este por el Oeste y la Isla de Lobos por el Este, siendo las 22:25 HRB del día 17 de Enero en posición 34º59’818”S y 54º53”800”W se navega al 270º con velocidad de 3,6 Kn soplando un viento rolón de popa a 7,1 kn.

 

Vamos a doblar el cabo. Hace frío. Mañana será otro día. 

 

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